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Gracias a
por inspirar este artículo al invitarnos a “pensar menos y vivir más.”Tengo una relación amorosa con el dulce de leche.
Es el dulce que más disfruto, que más felicidad me trae.
Claro, el chocolate tiene sus momentos importantes, pero a veces puede empalagar. Y seamos sinceros: está tan presente en todos lados que fácilmente llega a aburrir.
El dulce de leche (o arequipe, si vienes de Colombia igual que yo), por otro lado, siempre cae bien. Siempre te abraza. Siempre te sonríe. Siempre es bien recibido.
Bueno, quizás no cuando remas dentro de él.
Hace poco me enteré de la existencia de esta expresión argentina:
remar en dulce de leche
Es un coloquialismo para indicar el hacer mucho esfuerzo, poner todo tu empeño en una empresa que se vuelve más resiliente y resistente con cada segundo.
(Supe de ella en una serie argentina llamada Nada, disponible en Star+. Recomendadísima.)
Al escucharla, no podía quitarme de la cabeza la imagen de, literalmente, una persona en un bote, remando con vehemencia sobre un mar hecho única y exclusivamente de dulce de leche.
(Como te darás cuenta, mi cabeza funciona de una manera muy visual.)
Me imaginaba a esa persona remando y remando, su remo zambulléndose con una frecuencia inconstante pero no por ello menos potente, en ese océano marrón esclarecido casi naranja, con su bote sacudiéndose de forma insegura ante tanta espesura. Las gotas de sudor caen de su frente, a veces sobre el bote, a veces sobre las olas de placer azucarado, que las consumen en un santiamén, sin afectarse en lo más mínimo.
Con una sonrisa esbozándose lentamente en mi rostro, me pregunté qué haría yo en tal situación. Lo primero que pensé fue: probablemente soltaría el remo y brincaría hacia las olas.
Y fue ahí cuando tuve la idea para este artículo.
Verás, todo este monólogo sobre mi amor por el dulce de leche me hizo ver que, de la misma forma en que los argentinos adoptaron la imagen de su dulce insigne para hablar de los esfuerzos a los que se enfrentan a diario, quizás haya alguna utilidad en pensar en nuestros obstáculos como algo dulce.
“¿Pero de qué habla este hombre?” suena ahora mismo en tu cabeza.
Yo sé, yo sé. Pero te prometo que hay algo especial.
Sígueme el juego.
Aquí suelo concentrarme en el ámbito creativo, así que de eso hablaré, pero esto puede aplicarse a cualquier otro ámbito donde tengamos retos que superar.
Es decir, en todos.
Llevo casi cuatro meses en este proyecto de Nandología. Me ha dado mucha alegría poder mantener este espacio y conectar con personas tan bellas. También he batallado a diario con la incertidumbre, natural en cualquier emprendimiento artístico. He transitado días en que las ideas no llegan, las musas no me hablan y las oportunidades no tocan a mi puerta.
Y en esos días, me pregunto: ¿debo hacer más? ¿Me falta algo? ¿Hay algo que me elude?
Como le escribí hace poco a una amiga, “crear contenido es, además de lo bonito, lidiar diariamente con la sensación de no hacer (y no ser) lo suficiente.”
Eventualmente, en estos instantes de desasosiego, opto por soltar el control de las poquitas cosas que siquiera permitían ser controladas. Opto por darle un descanso a mi mente, tomar un respiro y cantar “que sea lo que sea.”
En esencia, dejo de remar.
Lo que he descubierto una y otra vez, aunque lo siga olvidando, es que estos momentos de quietud son los que me permiten mirar a mi alrededor. Me permiten estar atento.
Me permiten escuchar lo que antes se me escapaba.
Como decía el maestro Drexler: “las musas huyen si las asedias.”
Recuerdo una frase que escribí en las primeras páginas de mi tesis de grado para Comunicación Social (una historia que reservo para otro artículo). Es una de esas ideas que no sabes de dónde vino. Solo sabes que te fue concedida, que Dios te escogió para plasmarla en papel.
La frase decía:
El arte de crear no es sino el arte de escuchar.
Cuando tenemos bloqueos, obstáculos, piedras en el camino, guardianes del umbral, nuestro primer instinto es aumentar la intensidad de nuestras acciones, remar con todas nuestras fuerzas.
Sin embargo, al igual que nuestro marinero imaginario, el exceso de esfuerzo no trae más que cansancio, sudor y tensión.
Y lo peor de todo: difícilmente nos habremos movido de donde empezamos.
¿Qué tal, entonces, si en vez de seguir remando, le bajamos un poco al afán, a la impaciencia, al deseo de abarcar mucho y apretar poco, y tornamos nuestra atención a donde estamos? ¿A nuestro alrededor?
Muchas veces, la respuesta no está en hacer más, asumir más responsabilidades, cargar más problemas, transitar con más esfuerzo, sino en estar más presente, conectarse más con el ahora, observar más de esa belleza que nos rodea.
Quién sabe. Quizás descubras que dentro de esas olas que tanto te obstaculizan, hay todo un mundo de dulce esperando a ser descubierto.
Quién sabe. Quizás decidas soltar el remo y zambullirte en el dulce de leche.